Tuesday, October 30, 2007

Desahogo

Y si, será siempre esta la reacción primera.
Son ganas tan genuinas de llorar que no hay sentido en tratar de contenerlas. No se es parte del pasado, no se puede decir que se es la primera, no hay manera de borrar por completo el pensarlo.
Es ella alguien tan interno que me pregunto qué hace afuera. En otro lugar te hubiese querido tanto. Tal vez eres esa clase de cosa que duerme en los demás dolores y no sabré aquí si de alguna manera te siento perdida sin tener razón para que estuvieras presente. Pero sé que solo pasas... pero igual, las estaciones que se pisan solo una vez por un tramo del viaje pueden fijarse en la memoria por no poder cimentarse en la vida. O tal vez estoy simplemente delirando.

Thursday, June 28, 2007

«Cold in the ground like you»

Como tú. Entero y etéreo.
Vacío, sin falsas transparencias. Sin ficción, sin pretensiones.
¿Hay algo para mi? Una estancia prolongada en la inmensidad imposible del silencio que te ahoga la boca.
Atraviésame con la lentitud de tus parpadeos ahora que puedo perderlos. «There's room inside for two»

Sunday, June 17, 2007

Escrito para quienes han sentido distancia.

Quizá alguna vez nos sentemos a conversar. Pienso en esto caminando por la calle, bajo una nube inmensa acostada en las azoteas. El mundo amenaza con destruir todo con una tormenta, electricidad contenida, prisionera de hilos de agua. Muchos esperamos, otros se desesperan. Quizá alguna vez volveré a derrumbarme porque sus ojos me miran y me retuercen el alma. Porque ante el sol juegan a ser de colores marinos y en el azul de media noche, a una nariz de distancia, son pardos, son de miel, son de tierra viva y se cierran como antes para soñarme.
Quizá alguna vez me muera afuera y me congele entre la hierba. Agonizando veré por fin la disolución del tiempo y me reiré de mí por pensar que eso haría alguna diferencia.
Quizá alguna vez piense en mi ausencia y le duela, y detenga la normalidad para limpiarla de lo que no le dejé.

Friday, May 25, 2007

En dos minutos

Si estás roto, todo está bien hasta que te sientas en un piano a llorar. Haces música con el dolor extendido, melodías perfectas y mortales de cansancio. Tu cuerpo se sacude con los sollozos, tu voz se desgarra con reproches – maldita sea, por qué y no más -, tus manos tiemblan y se deshacen, no más fuerza ni paredes. Levantas la mirada y en el espejo te embisten tus propios ojos, llenos del alma azul de las lágrimas internas, de las huellas de todo lo que se terminó.

Le das la espalda a ese rostro y a los dientes del piano, te dejas caer al suelo y te recibe con ternura. Un abrazo silencioso sucede y añoras lo que has perdido; te rompes de nuevo y tu boca se llena de sangre dulce hecha de sueños desvanecidos. Te arrastras para alejarte de la pena pero tiene sus fauces clavadas en tus tobillos. La bestia roe tus huesos y saborea lo amargo y suave que te pone la tristeza. No te pones de pie, ni intentas más. Cierras los ojos para desaparecer y el miedo termina de mordisquearte los dedos.

Thursday, March 01, 2007

Good enough

Uñas pintadas concluyendo los dedos, apoyados e inertes en el vidrio. Maquilladas. Una mano helada contra la ventada, acariciando las gotas que la lluvia dejó afuera. Agua gris y uñas rojas, contaminando una mano blanca.
Un rostro se dibujaba detrás del cristal. El gato del tejado de al frente parecía observar la figura que lo acechaba desde el otro lado de la calle. Unos ojos acabados, ahogados, acariciaban con el cariño de siempre al felino rubio sobre las tejas, sacudiendo de sus patitas el agua que se enredaba mientras caminaba.
Una sonrisa moribunda desde que apareció estiró los labios secos. Y se desvaneció.
La tormenta dejaba tras de sí nubes huérfanas que se negaban a morir, que negaban su verdad: eran solo rastrojos de una tempestad, eran trozos de fracaso. Había sido un buen escenario para otro episodio de una enfermedad emocional, de una decepción propia. Se retiró de la ventana, de la presencia del gato, de la despedida de la lluvia. Le dio la espalda, se desbarató y cayó al piso. La madera tenía un eco del calor pasado, una tibieza lastimera entre las tablas. Un abrazo sincero del ayer, eso era. Y todo pareció enorme, la cama destendida, los muebles sostenidos en la quietud, la puerta cerrada. Y miserable. Ropa en el piso, perfume sobre el tocador y libros a medio prostituir abiertos sobre la mesa de noche.
Y qué maldita vida era esa. Reducida a un cuerpo frágil pero aún sinuoso bajo una camiseta demasiado grande. Para qué la ropa interior, nadie la vería quitársela de todos modos. Para qué pensar en colores, en cortes pervertidos y encajes. Para qué, al fin, levantarse del suelo si no había más que un gato mojado afuera. Soltó entonces una risita de burla sincera. Dios, que patética soy. Se acomodó y miro el techo. Si alguien entrara en este momento -pensó- estoy segura que me vería ridícula. Qué más da, lo soy. Y soy un fraude. Como si no lo supiera. Se le insinuó un rato más a las almas del aire que querían rasguñarla y luego de hastiarse de su dulzura -porque le susurraban muertes fantásticas-, se puso de pie.
Las nubes regresaron para jugar de nuevo, cargadas sus bocas de saliva. Comenzaron lentamente, rítmicamente, a escupir sobre la ciudad. Estaba en el sueño, la cama más comoda de la inconsciencia. Abrió los ojos, parpadeó y la embistió como cada mañana la realidad. Qué asco. Y sucedió el agradable letargo que se abraza a las caderas cuando es hora de abandonar el descanso. Se escondió de la solitud de la habitación, bajo su misma piel. En el vientre, entre entrañas y desprecio aromatizado con belleza nacía una sensación de vértigo innevitable e incurable. Bajarse de la cama era lanzarse a un vacío. Aventurarse a dejar escalones atrás hasta pisar la calle era aspirar a un suicidio interminable, de fuentes eternas de sangre tibia y cicatrices veloces que nunca dejaban a la última gota escapar para seducir a la vida para salir de las muñecas. El torrente interminable de sus venas apretaba su cuerpo desde adentro, para excederse de los límites. Algún día. Lo sé.
Domó su estado y logró levantarse. Desnudarse para bañarse y vestirse de nuevo: otro proceso insulso desde una mirada desgastada. Una vez limpia de lo que era posible purificar se miró al espejo. Tortura cotidiana. La falsedad de tantos, si no de todos. Comerse la condescendencia de la imagen reflejada, de la réplica que está segura al otro lado del cristal. Ambas somos bonitas, solo que ella conserva la perfección de lo que no tiene que ensuciarse con la vida. La perfección de la no realidad que convive con todo en las cosas imperceptibles... las corrientes de viento intocables que se pasean a mínima distancia del suelo, las palabras nunca dichas que por más que hayan sido manoseadas por la obscenidad curiosa del habla siempre resultan placenteras y como te deben mirar los insectos cuando están a tu lado y no te has percatado. Luego los matas. Tengo una buena fachada para mi casa en ruinas. Ojos penetrantes de matices marinos enmarcados con piel clara, que invita al tacto a recordar su función primera. Un rostro que recibe cachetadas cuando lo único que evoca en bocas ajenas es elogios idiotas. Hermosa. Me han llamado así. Y sólo en este momento, antes de cubrirme de porquería, lo siento al verla a ella violándome desde su prisión cristalina.
Tacones resonaron en la calle temprana.

Sunday, February 18, 2007

Ella

Era ella en mi puerta. Plácida, recargada en el umbral, sonriendo venenosa y radiante. Con su cuerpo sin falla, hecho de rabia de miles. Me miró una vez más y entró sin invitación, como siempre.
Pasó junto a mí y se instaló en un sofá, tratando de seducirme como si fuera la primera vez. Siempre lo hacía: recorría su cabello con sus dedos finos mientras su vestido ceñido, rojo, insinuaba los pecados de todos aquellos que caíamos en ella. Era hermosa, seguía siéndolo.
Yo me quedé de pie junto a la puerta, con la mirada clavada en ella. No pude evitar desearla enfermizamente. Perra. Eso era. Porque era de muchos al mismo tiempo y aún así creíamos privadamente que eramos los únicos que sufríamos su amor tajante. Me senté al otro lado de la mesa de centro. Ni siquiera traté de disimular que no entendía por qué estaba allí, de nuevo, apoderándose de mis espacios a su antojo. Desde sus manos blancas despedía lazos aromáticos que apestaban la habitación, que tocaban lascivamente los libros en los estantes, las patas de los muebles y las cortinas.
Estaba bebiendo la taza de café que había dejado en la mesa. Dejó la marca carmesí de sus labios -inmensamente deseables- en el borde de la taza. Todo en ella era asquerosamente perfecto. La forma en que su cabello rubio enmarcaba su rostro, sus rasgos suaves dignos de diosas, cómo las líneas de su cuello desaparecían en sus hombros, sus senos altivos llenando su corpiño y unas piernas largas y firmes terminando la ilusión de su cuerpo.
De repente me sentí enfermo. Náuseas. ¿Cómo podía sentirme tan atraído? Ni una palabra había sido pronunciada y yo ya quería hacerla mía de nuevo, como un vicio, como lo inevitable, como la muerte sentenciada desde el primer minuto de vida.
Su aliento llegó a mí trayendo solo dos palabras, las que solía pronunciar antes de robarme todo lo que acumulaba en su ausencia.
-Estás listo?
No pude responderle. Lo único que hice fue respirar profundo y prepararme para sentirla recorriendome. Se acercó a mí, con pasos eternos que se estiraron indelebles de nuevo en mi memoria.
Había sido ella en mi puerta. Era ella escabuyéndose en mi interior. La maldita impotencia.

Wednesday, February 14, 2007

Episodio corto

El murmullo de la gente se levantaba en el pequeño café. Las bebidas se sentaban cómodas en sus botellas. Ella apartaba el cabello de sus ojos con su característico movimiento de cabeza, breve y certero, para escudriñar sin vergüenza ni culpa un rostro que no reconocía. Estaba fijo a un cuerpo al otro lado de la mesa. Era de piel con experiencia y confusiones pasadas. La joven intentaba determinar si esos rasgos eran los que recordaba desde niña, si ese hombre era quien le compraba bolsas de dulces y de chocolates, solo para ella. Si era él quien le prestaba su habitación en las mañanas.
El viento languidecía en la puerta del café y le lamía la cara. Se preguntó por qué no pudo heredar esos ojos verdes que rebotaban desde los suyos a otros lugares cercanos. Le hubiese gustado mirar la vida desde el verde claro. Y la duda regresaba a su cabeza; es él, o ya no lo es. O nunca lo fue. O ella no había podido conservar una identidad fija...tal vez se le había escurrido de entre los dedos y había dejado un rastro inmundo tras de ella, atravesando como una acusación de olvido los años.
La conversación ligera era insoportable, de salud y gracias a Dios no se habla con un padre. Ni de sonrisas, ni de domingos ni de amores. -Veta los temas, no los desperdicies aquí con este señor que algo tiene conocido-, dialogó en su cabeza. ¿Para qué me sirve?. Todo es utilidad en esto. Mide las palabras, revuélcalas y quítales todo lo tuyo.
La decencia exprimió su última entraña y dio cabida a la partida. Ya era hora de dejar a la gente y al hombre que extrañamente se refería a ella con cariño. Salieron, cruzaron un par de calles y la realidad estaba por saludarla. Vistió su boca con una mueca de sonrisa y le dijo adiós. Un adiós fresco y reconfortante. De liberación, con una promesa tácita de repetirlo luego, en otro café con el mismo sujeto. Él se dirigió a ella con términos que le hacían cierto eco en la memoria. Le dio un abrazo de compensación. Tan efímero como la buena voluntad de la reunión.
Se subió a un auto y se alejó. Ella vio su espalda a través de la ventana. Pensó en que quizá era esta la última vez que lo vería. O la primera. Nunca se sabe con un desconocido.

Sunday, January 21, 2007

Certeza

No eres nadie. No sabes jugar ni cocinar. No tienes nada que sobresalga. Te ves normal, tu cabello es normal y tus ojos no parecen extranjeros. No entiendes la pasión por el deporte ni la dedicación que demanda. No quieres viajar ni conocer el mundo. No comprendes la fascinación con la adrenalina ni la entrega a la disciplina. No te ubicas, no sabes que hacer luego de lo obvio; te quedas demasiado callada y pasas desapercibida.
Nadie. Ni la más vieja, ni la más bonita, ni la más sociable, ni la más encerrada. No eres arriesgada ni segura. No eres suicida, porque no tienes el desapego y la reflexión completa, y no te gusta vivir simplemente porque aprendiste q ser así. No eres inteligente ni fracasada. No cantas bien, ni tocas un instrumento, ni pintas, ni dibujas ni esculpes. No tienes mirada para la fotografía y tu pensamiento visual es nulo.
Nada sabes hacer. Solo pasas el tiempo tratando de decir algo decente y no lo logras. Tecleando y rayando. Cerrando los ojos pensando en qué tan conveniente sería desaparecer.

Thursday, January 18, 2007

Sangre

Sangre. Un corazón en su mano. Un pecho vacío, vaciado. Y luego, la alegoría a la herida y el tratamiento de la carne abierta. Tenía que cerrarla para no contaminar el delicado hogar de los latidos extraídos. Le tomo días enteros, marcados por las puntadas lentas y temblorosas. Como le dolía suturar y aguantar simultáneamente el peso de la ausencia. Luego se tocaba con cuidado la abertura para comprobar la pulcritud del cierre que debía conservar el interior puro, sin deformarse, para que cuando fuese abierto para reinstalar el objeto palpitante este hiciera la melodía minuciosamente compuesta para el asesino. El tacto temeroso de mujer acariciaba la marca, demandante sobre el pecho. Y ella esperaba por la sangre y el sujeto que con su encanto sostenido en la eternidad le extirpo el corazón.

 
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