Friday, May 25, 2007

En dos minutos

Si estás roto, todo está bien hasta que te sientas en un piano a llorar. Haces música con el dolor extendido, melodías perfectas y mortales de cansancio. Tu cuerpo se sacude con los sollozos, tu voz se desgarra con reproches – maldita sea, por qué y no más -, tus manos tiemblan y se deshacen, no más fuerza ni paredes. Levantas la mirada y en el espejo te embisten tus propios ojos, llenos del alma azul de las lágrimas internas, de las huellas de todo lo que se terminó.

Le das la espalda a ese rostro y a los dientes del piano, te dejas caer al suelo y te recibe con ternura. Un abrazo silencioso sucede y añoras lo que has perdido; te rompes de nuevo y tu boca se llena de sangre dulce hecha de sueños desvanecidos. Te arrastras para alejarte de la pena pero tiene sus fauces clavadas en tus tobillos. La bestia roe tus huesos y saborea lo amargo y suave que te pone la tristeza. No te pones de pie, ni intentas más. Cierras los ojos para desaparecer y el miedo termina de mordisquearte los dedos.

 
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